PRESENTACION DEL LIBRO
DE
EDUARDO GARCIA MOURE
Miami, 23 de Enero, 2014
Eduardo,
Profesora
Marifeli-Perez Stable,
Compañeros
de STC,
Amigas
y amigos todos:
Este
es el libro de Eduardo. La obra que como
señala nuestro querido Jorge Valls en su hermoso preámbulo, estábamos esperando
desde mucho. La que nos debía a sus
amigos y compañeros. A la clase trabajadora. A sí mismo. La de su origen y
formación. Sus ideales. Sus luchas,
triunfos y fracasos. Sus sueños rotos pero sus esperanzas siempre
latentes.
Es
también la historia del movimiento obrero en sus últimas cinco décadas y
media. En Cuba, en Latinoamérica, en
todos los espacios geográficos donde han conocido de su presencia, su voz, sus
afanes sindicalistas siempre en defensa de las mejores causas y
reivindicaciones de los trabajadores.
¡Cómo podía dejar de serlo si cuando hablamos de Eduardo hablamos de la
clase obrera y cuando él habla es como si hablara ella misma!
Pero
es igualmente en gran medida la de cada uno de nosotros. de los que estamos aquí
y de los que fueron quedando a lo largo
del camino, cuando recrea algunos de los eventos y momentos más relevantes de
un proceso que a todos nos fascinó, absorbió y
reclutó como ingenuos y apasionados cómplices cuando creíamos ser parte de la que
esperábamos y debió ser la más hermosa y ejemplar revolución democrática del
continente y no mucho más tarde, nos convirtió en víctimas del más doloroso
desengaño y la más prolongada dictadura que registra la historia.
Es
por ello que la obra de Eduardo no está atada a una secuencia cronológica. Tanto le duele Cuba, la revolución
traicionada, el ideal pervertido que le otorga preferencia en el relato. A ese proceso dedica los primeros capítulos,
luego de una breve referencia a su origen.
Hijo
de hogar humilde donde la familia es numerosa y los ingresos limitados, es
quizás de esa realidad que le surgirá en el tiempo la idea de crear una
fundación familiar a favor de la niñez desamparada de distintos países del
Caribe. Temprano debe Eduardo, por
tanto, insertarse en el mercado laboral. Y temprana también la experiencia que siente en carne
propia de la explotación a que son sometidos los trabajadores.
Es
en ese duro medio que afloran sus iniciales
sentimientos de rebeldía y se va forjando su vocación de lucha. Con el tiempo
madura la conciencia de clase y comienzan a perfilarse sus innatas condiciones
de liderazgo que cobrará forma definitiva a través de las enseñanzas de monseñor Cardjin y demás excelentes
orientadores de la Juventud Obrera Católica.
De ellos obtiene la levadura ideológica que soportará su concepción
humanista. Así se entrega de lleno a la
lucha sindical, primero en su centro de trabajo y más adelante, en todo el sector de comercio donde se acrecen
su prestigio y su capacidad de conducción y de lucha.
El
10 de marzo trae aparejado para Eduardo, de convicciones arraigadamente
democráticas, el reto que convierte en compromiso de unir la lucha política a
la sindical. Comprende que un gobierno de fuerza resulta incompatible con
los intereses de los trabajadores. Sin
resignar sus deberes como dirigente obrero, pasa a militar activamente en el
Movimiento 26 de Julio y forma también parte del Frente Obrero Nacional de
Cuba.
Antes
de continuar por esta senda donde el autor nos llevará a enfocar las funestas
consecuencias que para el movimiento obrero organizado provocó el régimen
batistiano, me voy a permitir la licencia de apartarme de la cronología seguida
por el libro pero sin alterar su contenido, para dar un salto atrás en su
lectura y hacer una breve incursión retrospectiva en los primeros balbuceos del
sindicalismo cubano, que corrió parejo con los afanes independentistas.
Conforme
afirma el prestigioso profesor Efrén Córdova, en su obra “Clase Trabajadora y
Movimiento Sindical en Cuba”, la misma tuvo sus inicios en las industrias del
tabaco y el azúcar y en menor cuantía en
el sector ferroviario y la construcción.
Los vegueros, como trabajadores independientes, protagonizaron acciones
de lucha contra el estanco entre 1717 y 1723 y los negros, llevaron a cabo
huelgas en Las Minas del Cobre en 1731 y más tarde, los propios mineros, una
insurrección en 1831. En 1843, tuvo
lugar por los esclavos la fracasada Conspiración de La Escalera que apagó ante
el paredón de fusilamiento la inspirada lírica de Gabriel de la Concepción
Valdés (Plácido) y hubo movimientos en
Casilda y Trinidad en 1854.
Pero
no fue hasta 1866 que se creó la primera organización sindical llamada “Asociación
de Tabaqueros de La Habana”. La misma
antecedió en dos años al Grito de La Demajagua, de Carlos Manuel de Céspedes,
el 10 de Octubre de 1868. Pese a disponer de un marco de acción muy limitado,
el naciente movimiento obrero motivó la represión
de más de un preocupado Capitán
General.
Un
dato que resalta Eduardo es que todavía bajo la colonia, junto a la Argentina y Chile, Cuba fue de los
primeros países del mundo en celebrar el primero de mayo, para reclamar la
jornada de 8 horas y solidarizarse con los mártires de Chicago.
El
surgimiento de la naciente República no trajo aparejado un escenario propicio
para el desarrollo del sindicalismo. Eduardo señala que no fue hasta 1917,
después de un tenso y riesgoso proceso, que se lograron los primeros resultados
con la celebración del I Congreso. A partir de ahí, el autor nos lleva de la mano
en apresurado recorrido por el itinerario seguido por el movimiento obrero.
Ya
por entonces, a influjos de la Revolución Rusa, los comunistas penetran y
controlan el movimiento obrero que seguirá manifestándose en el II y III donde
se crea la CNOC, antecedente de la posterior CTC
En
el campo político, sin embargo, los comunistas siguen una actitud ambivalente y
oportunista brindando apoyo a Machado, posteriormente a Batista, quien gobierna desde
Columbia. Después de los breves cien
días del gobierno provisional de Grau San Martín que sirve de marco a las
medidas revolucionarias y nacionalistas adoptadas por la juvenil fogosidad
patriótica de Antonio Guiteras, de nuevo coquetean con Batista y le ofrecen su
respaldo en las elecciones de 1940 a cambio de formar parte de su gabinete y
ampliar su control en los mandos sindicales.
En 1944, equivocan el rumbo al medir mal las posibilidades del derrotado candidato ultraconservador
Carlos Saladrigas hasta que finalmente, de nuevo se alían a Batista después del
10 de Marzo.
La
Confederación de Trabajadores de Cuba (CTC) surge en 1939. Todavía los
comunistas siguen teniendo una fuerte incidencia en el organismo, si bien su
influencia ha ido decreciendo hasta casi desaparecer posteriormente, en gran
medida por su oportunista accionar partidario. La Constitución de 1940
incorpora medidas a favor de los trabajadores que todavía pueden considerarse
revolucionarias y mucho más avanzadas que las que prevalecen en otros países del
Continente. Los derechos laborales
consagrados en la Carta Magna otorgan impulso al movimiento obrero que crece
con notable celeridad y vigor no obstante que asoman divisiones en su seno. Para
entonces, los comunistas han perdido el
control del organismo obrero que pasa a manos de Eusebio Mujal a través de una
serie de acciones, algunas de cuestionable legalidad.
El
10 de Marzo pronto divide a la cúpula
obrera en batistianos y antibatistianos. Mujal se entrega y con él a su CTC en
brazos de Batista. Surgen hasta 3
centrales sindicales: la CTC mujalista; la CGT, de Angel Cofiño y Vicente
Rubiera, líderes respectivamente de los poderosos sindicatos de Plantas
Eléctricas y de los telefónicos y la corriente comunista ya venida a muy a
menos al frente de la cual figura el sempiterno Lázaro Peña. A despecho de las pugnas divisionistas el
movimiento obrero continúa creciendo, convirtiéndose en el más poderoso de la
región con medio millón de trabajadores organizados, decenas de federaciones y
cientos de sindicatos. Y pese a la
represión del régimen, tienen lugar algunas huelgas, siendo la más notoria la
llevada a cabo con éxito en el sector bancario acaudillada por los jocistas
Reynol González y Fernando Mena y el ortodoxo José María de la Aguilera.
Volviendo
a la secuencia del relato de Eduardo, el primero de enero lo encuentra
convertido en un joven y fogoso pero ya muy reconocido dirigente del movimiento
obrero. Para este al igual que para el
país parecen abrirse de par en par las puertas de una sociedad más justa. La
obra recrea la celebración de un hecho histórico: el I Congreso Revolucionario que marca la declinación
definitiva de la influencia comunista. En representación de 33 federaciones y
un millón y medio de trabajadores, la
cuarta parte de la población de Cuba, la llamada “corriente humanista” aporta 2
mil 490 delegados, frente a solo 265 la
candidatura roja.
Pero
el sueño no tarda en desvanecerse. Pronto termina la luna de miel con el
gobierno. Si bien David Salvador pasa a presidir la CTC, la mayoría de sus
dirigentes es escogida por Fidel Castro entre sus servidores más
incondicionales. No pasa mucho tiempo
sin que se produzcan depuraciones de los desafectos. La decepción lleva a
algunos a refugiar su desencanto en el seno de sus hogares. Pero otros, entre estos Eduardo, retoman el
camino de la lucha política y recogen la bandera de los ideales traicionados. En el traumático proceso
que sigue unos perderán la vida, otros irán a prisión, aquí tenemos hoy algunos
de quienes pudieron sobrevivir a las visicitudes y horrores de la cárcel.
Eduardo pasa a militar en el Movimiento Revolucionario del Pueblo liderado por
Manuel Ray, Reynol González y otras figuras que por identidad ideológica, comparten
el anhelo de rescatar el ideal de la Revolución Humanista. Solo marchará al exilio cuando ya su
situación en la isla se vuelve peligrosamente insostenible.
Eduardo
recrea el proceso a través de algunos de sus personajes principales. De Fidel
Castro, pone de relieve su confusa y contradictoria formación ideológica donde
confluyen conceptos fascistas, nacistas y marxistas. Una confusa mezcla que encuentra un punto de
coincidencia en el control absoluto del poder político, militar y represivo y a
través de él, del poder económico y social y de la vida misma de los ciudadanos
en todas sus manifestaciones, sumado a una ambición y un ego que no conoce
límites y que lo convierte en una versión ampliada y perfeccionada del clásico
mandón latinoamericano.
Nos
recuerda los que abonaron con su sangre el sueño de libertad como Frank País y
José Antonio Echevarría y aquellos otros sobre cuyas muertes se sigue
especulando, aunque Eduardo expresa su
firme convicción de que fueron asesinados por “órdenes superiores”, tales Camilo
Cienfuegos y Félix Lutgerio Pena. De
Huber Matos y Gutiérrez Menoyo, resalta la dignidad con que soportaron el duro
cautiverio y su indomable espíritu de lucha, vivo aun en el primero y que
mantuvo hasta el final el segundo.
En
la otra acera aparecen Ramiro Valdés el brutal y feroz represor que caracteriza
al régimen en contraste del siempre relegado Juan Almeida, “el negro bueno”, a
quien no se le atribuyen manías persecutorias.
Al
argentino Guevara, convertido en póstumo ícono de una revolución de la cual fue
extrañado, lo presenta en toda la
desnuda realidad de su interminable historial de errores, desde la equivocada
estrategia del “foquismo” que tiene como respuesta la implantación de feroces
dictaduras en todo el ámbito suramericano para reprimir las guerrillas y grupos
terroristas hasta la penosa aventura boliviana. Aquí culmina su errático andar
en la forma menos gloriosa, cuando a diferencia de los muchos opositores a los
que envió al paredón y enfrentaron la descarga homicida con heroicos gritos de
Viva Cuba Libre, Viva Cristo Rey,
implora de sus captores una clemencia que nunca practicó con un pedido
angustioso “Yo soy el Che Guevara. Valgo más vivo que muerto”.
El
exilio es para Eduardo una prolongación de la lucha. Pasados los primeros
tiempos de adaptación y apremios de subsistencia, se radica en Venezuela y
promueve creación del Centro de Formación Sindical en 1962 y dos años más
tarde, de Solidaridad de Trabajadores Cubanos, que ya había tenido su origen en
Cuba.
Pero
también le abre nuevos horizontes a sus condiciones naturales de dirigente y su
continua preocupación por el destino de la clase obrera. A insistencias del
inolvidable sindicalista argentino Emilio Máspero, tan vinculado a la causa de
los cubanos, Eduardo, a través de la CLAT,
la UTAL y la Confederacion Mundial del Trabajo proyecta su liderazgo cada vez con mayor amplitud en el
movimiento obrero continental, logrando
alcanzar los niveles de prestigio y reconocimiento que ha ido cosechando a lo
largo de su infatigable cruzada.
No
olvida por ello la marcha del movimiento sindical en Cuba y da seguimiento a la
celebración de posteriores Congresos de una CTC totalmente desdibujada de su
papel como representante de la clase trabajadora y guardiana celosa de sus
derechos. Por el contrario, su dirigencia, convertida en servil instrumento del
gobierno, va avalando en forma
vergonzosa la entrega y supresión de todas las conquistas logradas
anteriormente.
El
propósito que anima de celebrar un Congreso Unitario con la participación de
los dirigentes sindicalistas independientes en Cuba, fracasa por la negativa
del gobierno castrista a otorgar a estos los permisos de salida
correspondientes. El evento se lleva a
cabo sin su participación en la histórica ciudad de Montecristi, en República Dominicana, donde Solidaridad ha
encontrado amplia acogida y apoyo por parte de la Confederación de Sindicatos
Autónomos Clasistas, que preside su histórico dirigente Gabriel del Río y que
agrupa la mayor cantidad de sindicatos del país. El gobierno dominicano es representado por su
Ministro de Trabajo, Rafael Albuquerque, bajo cuya conciliadora gestión no se
ha registrado una sola huelga obrera en una década. Mensajes de José Oswaldo Payá, Gustavo Arcos
y Elizardo Sánchez Santa Cruz dan mayor sentido y presencia de cubanía al
evento.
El
libro de Eduardo contiene algunos aspectos a los que ha querido dar especial
relevancia, sustrayéndolos del contexto general para dedicarle espacios
específicos. Un breve resumen de estos
para finalizar una exposición que ya ha sido excesivamente prolongada y ha
abusado de la tolerancia de los presentes.
De
la JOC el autor destaca la incidencia que tuvo en el movimiento obrero y en la
vida pública del país. Asimismo de otros
organismos de inspiración católica salieron figuras jóvenes de tanta valía como
Angel del Cerro, Andrés Valdespino, Amalio Fiallo y los hermanos Muller, Arnoldo y Juan
Antonio, quienes sufrieron y sobrevivieron al rigor de la prisión y se mantienen en pie de lucha.
En
justicia rescata en la activa intervención
que desde los mismos inicios del sindicalismo, ha tenido el movimiento
anarquista y su oposición al castrismo.
Reconoce
la importante labor de los intelectuales como clase trabajadora, puesta de
relieve por los empeños y tenacidad del inolvidable Mario Villar Roces y Siro
del Castillo y de los que se han celebrado cinco Congresos.
Nos
recuerda que en la Cuba que perdimos existía una elevada dosis de racismo,
vagidos postreros del pasado esclavista. Una situación que sin embargo aún persiste en
forma más acentuada si echamos mano a estadísticas de la prestigiosa
Universidad de la Florida, revelando que en una población donde negros y
mulatos representan el 60 por ciento, sólo el 5 trabaja en el sector turístico,
la cuarta parte en cargos estatales y apenas el 3 por ciento es universitaria. Superar esa torcida cultura de discriminación
étnica es uno de los retos que deberá enfrentar
la Cuba del futuro.
Para
la mujer, tiene también reconocimiento
especial y merecido. Son miles las que han pasado por las ergástulas
castristas. Decenas de miles, madres, esposas, hijas, novias las que han
sufrido el dolor del ser querido fusilado,
encarcelado u obligado a un exilio involuntario. Incontables las que dentro, como las Damas de
Blanco y fuera de Cuba, son incansables luchadoras por la libertad, dignas
descendientes de Mariana Grajales.
No
ha sido remiso el autor en exaltar méritos ajenos. A todo lo largo de su libro se prodiga la
mención de sus compañeros de lucha en los distintos eventos en que han
compartido riesgos, glorias y
amarguras. Al libro, sirve de remate el perfil individual que nos
ofrece de muchos de ellos y otros que en
algún momento han estado asociados a su incansable batallar.
Particular
mención para un evento de gran repercusión histórica y humana, en que figuró
como activo protagonista, como lo fue el
Diálogo. Satanizado en sus comienzos por
los grupos más recalcitrantes del
exilio, Eduardo y quienes compartieron valerosamente ese esfuerzo haciendo caso
omiso de todo género de críticas tan ofensivas como injustas, lograron no solo la libertad tres mil 600
presos, muchos condenados a largas penas, sino también la acogida en distintos
países, en particular Venezuela, de la mayor parte de ellos y sus familiares.
El
papel estelar de la Iglesia es también puesto de relieve en la obra. El autor
recuerda la ya distante Pastoral “El Amor todo lo Puede”, la crítica más
razonada y contundente en contra del régimen desde dentro de Cuba en 1993, un
período en que todavía la Iglesia era objeto de fuerte hostilidad y
limitaciones por parte del gobierno; la histórica visita de Juan Pablo II
reclamando que “Cuba se abriera al mundo y el mundo a Cuba” y exaltando los
valores de la libertad; la posterior del renunciante Benedicto XVI y ahora el
mas reciente y contundente mensaje eclesial “La Esperanza no defrauda”
reclamando al gobierno cambios significativos y poniendo énfasis en el
reconocimiento de los derechos humanos y el de los cubanos a decidir su
destino. Ya antes la gestión mediadora
junto con el gobierno español que logró la liberación de los 75 condenados
injustamente a más de mil 400 años de prisión, incluyendo varios líderes sindicales
independientes, entre estos nuestro compañero Pedro Pablo Alvarez, presente en
esta actividad, había otorgado a la Iglesia a nuestro juicio y creo que al de
Eduardo también, un papel estelar y posiblemente de definitiva importancia en
el inevitable camino hacia la democratización de Cuba.
El
libro de Eduardo es un canto a la esperanza, un llamado a la continuidad de la
lucha. Una lucha que no es solo por Cuba. Hoy precisamente se celebra un aniversario del
derrocamiento del dictador Marcos Pérez Jiménez en Venezuela. En ese hermano país, refugio de tantos
cubanos y sede principal de Solidaridad en el exilio, que fue ejemplo de
democracia, se ha registrado un proceso
de grave involución política con un gobierno que sigue los dictados y los pasos
del régimen cubano y que ha ido cercenando cada vez más los derechos
fundamentales de su pueblo. La vela
encendida que plantea Eduardo a despecho del tiempo, esfuerzos y sinsabores vale por ambos. De hecho por todos los pueblos de mundo que
sufren opresión.
Por
la Cuba de Martí, “con todos y para el bien de todos”; por la Venezuela del
Libertador Bolívar, símbolo de lucha contra toda dictadura; por la clase
trabajadora y por los ideales de libertad, democracia y justicia social para
todos los pueblos del mundo, siempre con la firme esperanza de la victoria
porque como reza el título del libro de Eduardo “No hay sacrificio en vano”.
Gracias
una vez más a todos por su generosa atención.