Por: Haroldo Dilla Alfonso.
Santo Domingo. 24 de febrero de 2012.
El miércoles en la noche recibí en mi computadora un mensaje colectivo de un diligente empresario cultural cubano-americano. Era una convocatoria de la Oficina de Intereses en Washington para celebrar una reunión con los migrantes cubanos en Estados Unidos.
El documento sufría de ese estilo aséptico que padecen los panfletos
diplomáticos, y en particular los cubanos cuando se trata del tema de la
emigración. Un estilo narcisista que disfruta su propia aspiración a la
exactitud. Como para no dejar espacio a la interpretación, al menos entre los
lectores entrenados.
No va dirigido a todos los migrantes, sino solamente a quienes “se
vinculan con su país de manera respetuosa, conscientes de la urgencia de defender
su soberanía e identidad nacional”. Y su agenda queda vagamente remitida a “la
normalización de las relaciones entre la nación y sus emigrados, además de los
efectos de la política norteamericana de hostilidad y bloqueo hacia Cuba y su
manipulación del tema migratorio, así como la situación de los “Cinco
luchadores antiterroristas”, presos injustamente en los EEUU”. Y para despejar
cualquier duda sobre quiénes serán los elegidos, la propia oficina los escogerá
y les enviará la invitación de rigor.
Por supuesto que a cualquier lector poco informado este documento
pudiera suscitar muchas dudas, en particular si nos atenemos a las normas
universales que rigen los procesos migratorios a nivel mundial y a las
responsabilidades que deben tener los países emisores respecto a sus ciudadanos
radicados fuera de sus jurisdicciones. Normas que, por cierto, son el resultado
del avance de la propia noción de ciudadanía, sus derechos y la relación entre
Estado y ciudadano. Pero normas de las que el Estado cubano no participa. Y por
ello, la manera como esta conferencia ha sido convocada repite el mismo esquema
autoritario, exclusivista, discriminatorio y antinacional que sus precedentes,
y en particular de las cuatro que han tenido lugar desde 1994.
No hay espacio para dudas: nada parece haber cambiado.
El propio título de la convocatoria es contradictorio. Se habla de la
Nación y de la Emigración, como si en ella participara una y otra. Cuando en
realidad es difícil reconocer en el Estado cubano una representación legítima
de la nación, de la misma manera en que no es posible llamar emigración a un
grupo de personas seleccionadas a partir de su cercanía ideológica y emocional
con ese Estado. No es la nación y la emigración quienes se reúnen, sino un
Estado de dudosa legitimidad no sometido a escrutinio electoral y una parte
aquiescente de los emigrantes cuya composición sociológica e ideológica difiere
sustancialmente de lo que es realmente la emigración. Pues, habría que
puntualizar, Cuba no es solamente una muy alta emisora de migrantes a nivel
planetario, sino que sus políticas migratorias le convierten en una emisora por
excelencia de migrantes politizados debido a la propia política de destierro,
exacciones económicas y limitaciones de todo género que el Gobierno impone a
sus emigrados.
Por otra parte, el título de la convocatoria establece una dicotomía
fatal entre Nación y Emigración. Son dos cosas diferentes que dialogan, y una
sola de ellas es la nación. De manera que a pesar de que los cubanos emigrados
financian buena parte del consumo familiar en Cuba, que se les pide que
inviertan, que son productores de lo que llamamos cultura cubana, etc. son un
apéndice externo al cuerpo de la nación.
El asunto queda tal y como lo definió el defenestrado Pérez Roque en
2008, según él, “sin esquemas ni maniqueísmos”: “Emigrar —dijo— es un derecho,
fijar la residencia en el exterior es una decisión de cada cual”, contrastable
con otra evidentemente superior: “vivir las privaciones y los peligros, pero
también las satisfacciones de defender a la patria aquí”. “Es un acto
totalmente voluntario, una decisión personal”.
En realidad lo que el Gobierno cubano hace es lo mismo que según Julio
César Guanche hacía un rapero habanero: regurgitar el contenido ideológico
secular de la revolución en retirada y arrojar un manto patriótico cargado de
emociones sobre los ríspidos problemas de la nación concreta. Aunque,
obviamente, el rapero de Guanche debió hacerlo con más gracia y ritmo que el
grotesco ex canciller, que de tanto interpretar a cabalidad los deseos de Fidel
Castro terminó intoxicado con las mieles del poder.
Si los funcionarios cubanos vuelven ahora sobre el tema de la
emigración es porque necesitan desesperadamente la participación del dinero de
los emigrados en la reconversión capitalista de la sociedad cubana y de la
propia élite postrevolucionaria en burguesía. Por eso, donde queremos ver una
parte de la nación, el Gobierno cubano ve una emigración diferente de ella.
Donde queremos ver ciudadanos con derechos —siquiera con los magros derechos
que tienen los cubanos comunes— el Gobierno ve remesadores, turistas e
inversionistas. Donde queremos ver un puente para el entendimiento, el Gobierno
cubano prefiere ver la formación de un lobby político para lograr aceso al
mercado americano.
Todo ello plantea un serio reto político, pero también moral, a quienes
decidan participar en esta reunión con agenda prefigurada. El Gobierno cubano
va a ampliar la convocatoria a otras personas diferentes a los miembros de las
asociaciones prohijadas por las embajadas cubanas. Necesita hacerlo. Pero serán
cooptaciones puntuales que no implican un cambio cualitativo, sino solo una
ampliación utilitaria del diapasón.
Quien acepta participar, desde mi punto de vista, no cruza un rubicón
ético, ni se convierte en un impresentable político. Pero si acepta debe saber
que estará legitimando un proceso que no lleva a la normalización, sino a la
perpetuación de la separación, del ostracismo y de la explotación de los
emigrados por un Estado parasitario y autoritario. Debe saber que, no importa
ahora sus intenciones, está legitimando la discriminación.
Si el Gobierno cubano desea realmente hacer algo diferente, debe
renunciar a controlar la composición de esta reunión, lanzar la agenda a debate
y finalmente prometer algún efecto vinculante entre los acuerdos y las
políticas que se adoptarían.
Y nosotros debemos exigirlo mediante todos los medios que poseamos.
Repito lo que antes dije: o elevamos nuestras demandas por encima del
cadalso, o terminamos apuntalando el cadalso.
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