por Carlos Alberto Montaner
El gobierno cubano
da por descontado que Chávez se morirá a corto plazo. Me lo dijo un diplomático
acreditado en Cuba recitando unos conocidos versos de Martí: “El palacio está
de luto y en el trono llora el rey/ el hijo del rey se ha muerto/ se le ha
muerto el hijo al rey”.
Todavía no ha ocurrido. El hijo
del rey todavía está vivo, aunque muy averiado, pero Raúl y un desconsolado
Fidel dan su muerte como un hecho inevitable. Para Fidel es una catástrofe
política. Chávez era su heredero en la tarea de luchar contra el imperialismo
yanqui y crear un glorioso mundillo colectivista y autoritario como el que se
hundió tras la “traición” de Gorbachov hace ya más de 20 años. Raúl no servía para nada de eso. Carecía de
la facultad de soñar que puebla la sesera incendiaria de los revolucionarios.
Raúl era demasiado pragmático, demasiado apegado a la realidad, esa cosa
extraña y despreciable.
Fidel ha vuelto al estado anímico
del prechavismo. En los noventa del siglo pasado languidecía melancólicamente
convencido de que todo había sido inútil, cuando, súbitamente, apareció Chávez
en el panorama con una cartera repleta de petrodólares y la furia del cruzado
en la mirada. Fidel se volvió a ilusionar. Rápido, ensíllenme de nuevo a
Rocinante. Ése era el hombre. Ése era su discípulo amado, el hijo de sus
entrañas ideológicas, y ahora parece que se le muere en la flor de la vida
política, a los 57 añitos.
¿Quién es el heredero? Dentro de
Venezuela, nadie. Fuera de Venezuela, menos todavía. En el chavismo hay media
docena que quisieran ocupar la poltrona presidencial –Cabello, Maduro, Jaua,
Rangel Silva, Adam Chávez, José Vicente Rangel–, pero ninguno posee esa
descocada vocación mesiánica que se necesita para salir a conquistar el
planeta. Potencialmente, cualquiera de ellos puede administrar a palo y
tentetieso el manicomio local, pero no es eso lo que Fidel tenía en su
atormentada cabeza cuando ungió a Chávez como sucesor de su trono
revolucionario.
Raúl Castro, que es un tipo
previsor y metódico, ya está haciendo sus planes de contingencia. Para la
dictadura son fundamentales los 110 000 barriles de petróleo que Venezuela aporta diariamente. Esa notable
cantidad de crudo puede ser sustituida por las extracciones que Repsol intenta
realizar en aguas cubanas, pero según los cálculos de la empresa española, sólo
hay un 17% de posibilidades de hallar ese petróleo y el bolsón de combustible
quizás es una cuarta parte de lo que La Habana calcula.
En cualquier caso, si lo
encuentran, ese petróleo tardará unos dos años en llegar a las termoeléctricas
cubanas para generar electricidad –su principal destino– y a los mercados
internacionales para adquirir dólares, para lo cual ya se ha creado una
comisión destinada a administrar esos hipotéticos fondos. Raúl, pues, necesita
prolongar al menos por dos años el ordeño de la generosa vaca venezolana.
¿Cómo intenta lograrlo? Primero,
formando parte, muy cuidadosamente, aunque de forma poco visible, del mecanismo
de trasmisión de la autoridad que escogerá al sucesor de Chávez. Segundo,
acercándose discretamente a Henrique Capriles, el popular candidato de la
oposición democrática, quien tiene una altísima probabilidad de ganar las
elecciones del 7 de octubre.
Según el análisis de “los
cubanos” (así les llaman a los interventores castristas), cualquiera que
compita contra Capriles va a perder, y ni siquiera tendrá la oportunidad de
hacer trampas sin provocar un golpe militar por la derecha que sería
catastrófico para La Habana.
De manera que la fórmula más
conveniente para Cuba es disolver pacíficamente el matrimonio contra natura
entre los dos países, pero dándose el plazo de dos años que Raúl Castro cree
necesitar para que la economía de la Isla no experimente la misma contracción
que padeció tras el fin del subsidio soviético. Entonces, la ya miserable
capacidad de consumo de los cubanos sufrió una merma del 50% y hubo miles de
casos de desnutrición que provocaron la ceguera a muchas personas (ninguna de
ellas, por cierto, perteneciente a la clase dominante).
¿Tendrán éxito las maniobras de
Raúl? No lo creo. Generalmente, esos planes nunca funcionan. Las cosas ocurren
de otro modo porque están sujetas a decisiones y sucesos imprevisibles que
cambian el panorama en un instante. Es lo que los analistas llaman “los
factores imponderables”. ¿Quién hubiera pensado que el fin del chavismo se
generaría a destiempo en la oscura humedad de un colon impertinente. Esa es la
extraña belleza de la historia.
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