Declaramos que la libertad de expresión, el flujo amplio y tolerante de ideas y el uso libre de los medios y expresiones de la comunicación social y la cultura de todos los ciudadanos es un derecho inalienable que pertenece a todos por igual.

viernes, 21 de septiembre de 2012

MINIFALDAS MENTALES



Haroldo Dilla Alfonso,

Santo Domingo

Mi amigo Jorge Ferrer, quien desde hace años cría uno de los mejores blogs que he leído, ha colocado un post interesantísimo sobre un grupo musical femenino de Corea del Norte. Lo tituló las minifaldas de Pyongyang.
Me divertí mucho leyéndolo y viendo un video que ha insertado y que recomiendo a los lectores. El grupo norcoreano es muy afinado y las muchachas bellísimas. Yo no sé coreano, pero me imagino, por algunos gestos, que la canción está dedicada a algún líder eterno o a los soldados fronterizos, nada de lo cual es motivo de inspiración lírica. El montaje escenográfico y coral es de hace varias décadas, pero nadie debe olvidar que nosotros vivimos en sociedades que son altas productoras de música y espectáculos y en eso —quizás solo en eso— somos muy avanzados.
El mundo asiático es otro, pero también el mundo latinoamericano fuera del Caribe, Brasil y algunas áreas selectas. Yo, por ejemplo, cuando visito Centroamérica —excepto Panamá que es puro Caribe— y me pongo a oír música, me parece que ando viajando con una máquina del tiempo. Siempre me llama la atención cómo los ticos siguen conservando a la Flaca de Andrés Calamaro como un hit parade y cómo los nicas, después de la primera botella de Flor de Caña, entonan La cama de piedra con ojos humedecidos.
Digo esto para prevenir que algún lector enfebrecido eche la culpa del rezago musical al comunismo, y de ahí derivar la necesidad de derribar cuanto antes a los Castro, si queremos mantener a la Isla bailando. Y de paso para decir que esto no es lo más importante que noto en el video.
Lo más interesante, el principal dato que habla del hieratismo político norcoreano y de sus implicaciones para su sociedad es la exactitud de los movimientos. Observen como las lindas chicas mueven cada parte del cuerpo sincrónicamente, giran y aletean al unísono, hasta sonríen todas de una vez. Al fondo, dos violinistas hacen exactamente lo mismo. Es el orden musical perfecto, un orden que no admite caos. Como si fuera un orden castrense musicalizado.
Y aunque eso es muy asiático, propio de culturas con emperadores y letrados venerados por convicción, es también muy propio de la mitología comunista mundana en que todos éramos iguales y deberíamos hacer cada día las mismas cosas. Como se planificó en Cuba por varios lustros, cuando la Unión Soviética era irreversible y había más banderas con hoces y martillos en la bahía de la Habana que en la Plaza Roja un primero de mayo.
Yo creo que el principal fracaso del sistema educativo postrevolucionario cubano —cuyos logros nunca se pueden obviar— no ocurrió cuando la crisis de los 90, sino antes, cuando descartó el caos, la variación y la diversidad como elementos educativos indispensables. Y la disidencia como una virtud. De manera que nuestros niños y adolescentes eran tamizados por un esquema de socialización monótono cuya meta final era ser como el Che. En eso no había opción. Si algún niño quería ser como Stevenson, Juan Formell o simplemente como su padre, se salía del guión. Y era como si una de las chicas norcoreanas moviera súbitamente los brazos hacia la derecha, cuando las demás los alzaban.
Fue, y sigue siendo, un sistema educativo que logró niveles altos de instrucción —lo que miden la UNESCO y los concursos mundiales de matemática— pero niveles bajos de diversidad. Quedaba muy poco espacio para los otros, los que eran diferentes, para una apreciación intercultural del mundo. Y tampoco para ese don que mueve a las sociedades: la creatividad. Fuimos educados en la idea de que lo principal ya estaba hecho —por ejemplo una revolución que se consideraba viva tras medio siglo de feroz conservadurismo—, y que lo que nos correspondía era agregar arandelas al producto, lo que se llamaba perfeccionar.
El síndrome de las chicas norcoreanas nos ha afectado tanto, que aún cuando tomamos el camino de la emigración, continuamos profesando la intolerancia y la agresividad contra los que piensan diferente. Incluso cuando declaramos que estamos por la democracia, el entendimiento y el diálogo. Porque al final, como las chicas con minifaldas de Ferrer, solo dialogamos con los que piensan igual que nosotros, lo cual no es nada creativo, pero embalsama el alma.
Creo que me fui de tema, así que vuelvo a los orígenes: a felicitar a Jorge Ferrer por su agudeza y buen humor, y que podamos seguir oyendo el tono de la voz. Y ¿por qué no? A las lindas chicas norcoreanas con sus minifaldas de lentejuelas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario