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sábado, 1 de febrero de 2014

"El libro de Eduardo"

PRESENTACION DEL LIBRO DE
EDUARDO GARCIA MOURE
Miami, 23 de Enero, 2014



Eduardo,
 Profesora Marifeli-Perez Stable,
 Compañeros de STC,
 Amigas y amigos todos:

Este es el libro de Eduardo.  La obra que como señala nuestro querido Jorge Valls en su hermoso preámbulo, estábamos esperando desde  mucho. La que nos debía a sus amigos y compañeros. A la clase trabajadora. A sí mismo. La de su origen y formación. Sus ideales. Sus luchas,  triunfos y fracasos. Sus sueños rotos pero sus esperanzas siempre latentes.

Es también la historia del movimiento obrero en sus últimas cinco décadas y media.  En Cuba, en Latinoamérica, en todos los espacios geográficos donde han conocido de su presencia, su voz, sus afanes sindicalistas siempre en defensa de las mejores causas y reivindicaciones de los trabajadores.  ¡Cómo podía dejar de serlo si cuando hablamos de Eduardo hablamos de la clase obrera y cuando él habla es como si hablara ella misma!

Pero es igualmente en gran medida la de cada uno de nosotros. de los que estamos aquí y de los que fueron quedando  a lo largo del camino, cuando recrea algunos de los eventos y momentos más relevantes de un proceso que a todos nos fascinó, absorbió y  reclutó como ingenuos y apasionados cómplices  cuando creíamos ser parte de la que esperábamos y debió ser la más hermosa y ejemplar revolución democrática del continente y no mucho más tarde, nos convirtió en víctimas del más doloroso desengaño y la más prolongada dictadura que registra la historia.

Es por ello que la obra de Eduardo no está atada a una secuencia cronológica.  Tanto le duele Cuba, la revolución traicionada, el ideal pervertido que le otorga preferencia en el relato.  A ese proceso dedica los primeros capítulos, luego de una breve referencia a su origen.

Hijo de hogar humilde donde la familia es numerosa y los ingresos limitados, es quizás de esa realidad que le surgirá en el tiempo la idea de crear una fundación familiar a favor de la niñez desamparada de distintos países del Caribe.  Temprano debe Eduardo, por tanto,  insertarse en el  mercado laboral.  Y temprana  también la experiencia que siente en carne propia de la explotación a que son sometidos los trabajadores. 

Es en ese  duro medio que afloran sus iniciales sentimientos de rebeldía y se va forjando su vocación de lucha.  Con el tiempo  madura la conciencia de clase y comienzan a perfilarse sus innatas condiciones de liderazgo que cobrará forma definitiva  a través de las enseñanzas  de monseñor Cardjin y demás excelentes orientadores de la Juventud Obrera Católica.  De ellos obtiene la levadura ideológica que soportará su concepción humanista.  Así se entrega de lleno a la lucha sindical, primero en su centro de trabajo y más adelante,  en todo el sector de comercio donde se acrecen su prestigio y su capacidad de conducción y de lucha. 

El 10 de marzo trae aparejado para Eduardo, de convicciones arraigadamente democráticas, el reto que convierte en compromiso de unir la lucha política a la sindical.  Comprende que  un gobierno de fuerza resulta incompatible con los intereses de los trabajadores.  Sin resignar sus deberes como dirigente obrero, pasa a militar activamente en el Movimiento 26 de Julio y forma también parte del Frente Obrero Nacional de Cuba. 

Antes de continuar por esta senda donde el autor nos llevará a enfocar las funestas consecuencias que para el movimiento obrero organizado provocó el régimen batistiano, me voy a permitir la licencia de apartarme de la cronología seguida por el libro pero sin alterar su contenido, para dar un salto atrás en su lectura y hacer una breve incursión retrospectiva en los primeros balbuceos del sindicalismo cubano, que corrió parejo con los afanes independentistas. 

Conforme afirma el prestigioso profesor Efrén Córdova, en su obra “Clase Trabajadora y Movimiento Sindical en Cuba”, la misma tuvo sus inicios en las industrias del tabaco y el azúcar y en  menor cuantía en el sector ferroviario y la construcción.  Los vegueros, como trabajadores independientes, protagonizaron acciones de lucha contra el estanco entre 1717 y 1723 y los negros, llevaron a cabo huelgas en Las Minas del Cobre en 1731 y más tarde, los propios mineros, una insurrección en 1831.  En 1843, tuvo lugar por los esclavos la fracasada Conspiración de La Escalera que apagó ante el paredón de fusilamiento la inspirada lírica de Gabriel de la Concepción Valdés (Plácido) y  hubo movimientos en Casilda y Trinidad en 1854.

Pero no fue hasta 1866 que se creó la primera organización sindical llamada “Asociación de Tabaqueros de La Habana”.  La misma antecedió en dos años al Grito de La Demajagua, de Carlos Manuel de Céspedes, el 10 de Octubre de 1868. Pese a disponer de un marco de acción muy limitado, el naciente movimiento obrero  motivó la represión de más de un  preocupado Capitán General. 

Un dato que resalta Eduardo es que todavía bajo la colonia,  junto a la Argentina y Chile, Cuba fue de los primeros países del mundo en celebrar el primero de mayo, para reclamar la jornada de 8 horas y solidarizarse con los mártires de Chicago.

El surgimiento de la naciente República no trajo aparejado un escenario propicio para el desarrollo del sindicalismo. Eduardo señala que no fue hasta 1917, después de un tenso y riesgoso proceso, que se lograron los primeros resultados con la celebración del I Congreso.   A partir de ahí, el autor nos lleva de la mano en apresurado recorrido por el itinerario seguido por el movimiento obrero.

Ya por entonces, a influjos de la Revolución Rusa, los comunistas penetran y controlan el movimiento obrero que seguirá manifestándose en el II y III donde se crea la CNOC, antecedente de la posterior CTC 

En el campo político, sin embargo, los comunistas siguen una actitud ambivalente y oportunista brindando  apoyo a Machado,  posteriormente a Batista, quien gobierna desde Columbia.  Después de los breves cien días del gobierno provisional de Grau San Martín que sirve de marco a las medidas revolucionarias y nacionalistas adoptadas por la juvenil fogosidad patriótica de Antonio Guiteras, de nuevo coquetean con Batista y le ofrecen su respaldo en las elecciones de 1940 a cambio de formar parte de su gabinete y ampliar su control en los mandos sindicales.  En 1944, equivocan el rumbo al medir mal las posibilidades  del derrotado candidato ultraconservador Carlos Saladrigas hasta que finalmente, de nuevo se alían a Batista después del 10 de Marzo.

La Confederación de Trabajadores de Cuba (CTC) surge en 1939. Todavía los comunistas siguen teniendo una fuerte incidencia en el organismo, si bien su influencia ha ido decreciendo hasta casi desaparecer posteriormente, en gran medida por su oportunista accionar partidario. La Constitución de 1940 incorpora medidas a favor de los trabajadores que todavía pueden considerarse revolucionarias y mucho más avanzadas que las que prevalecen en otros países del Continente.  Los derechos laborales consagrados en la Carta Magna otorgan impulso al movimiento obrero que crece con notable celeridad y vigor no obstante que asoman divisiones en su seno. Para entonces,  los comunistas han perdido el control del organismo obrero que pasa a manos de Eusebio Mujal a través de una serie de acciones, algunas de cuestionable legalidad.

El  10 de Marzo pronto divide a la cúpula obrera en batistianos y antibatistianos. Mujal se entrega y con él a su CTC en brazos de Batista.  Surgen hasta 3 centrales sindicales: la CTC mujalista; la CGT, de Angel Cofiño y Vicente Rubiera, líderes respectivamente de los poderosos sindicatos de Plantas Eléctricas y de los telefónicos y la corriente comunista ya venida a muy a menos al frente de la cual figura el sempiterno Lázaro Peña.  A despecho de las pugnas divisionistas el movimiento obrero continúa creciendo, convirtiéndose en el más poderoso de la región con medio millón de trabajadores organizados, decenas de federaciones y cientos de sindicatos.  Y pese a la represión del régimen, tienen lugar algunas huelgas, siendo la más notoria la llevada a cabo con éxito en el sector bancario acaudillada por los jocistas Reynol González y Fernando Mena y el ortodoxo José María de la Aguilera.

Volviendo a la secuencia del relato de Eduardo, el primero de enero lo encuentra convertido en un joven y fogoso pero ya muy reconocido dirigente del movimiento obrero.  Para este al igual que para el país parecen abrirse de par en par las puertas de una sociedad más justa. La obra recrea la celebración de un hecho histórico:  el I Congreso Revolucionario que marca la declinación definitiva de la influencia comunista. En representación de 33 federaciones y un millón  y medio de trabajadores, la cuarta parte de la población de Cuba, la llamada “corriente humanista” aporta 2 mil 490 delegados, frente a solo 265  la candidatura roja. 

Pero el sueño no tarda en desvanecerse. Pronto termina la luna de miel con el gobierno. Si bien David Salvador pasa a presidir la CTC, la mayoría de sus dirigentes es escogida por Fidel Castro entre sus servidores más incondicionales.   No pasa mucho tiempo sin que se produzcan depuraciones de los desafectos. La decepción lleva a algunos a refugiar su desencanto en el seno de sus hogares.  Pero otros, entre estos Eduardo, retoman el camino de la lucha política y recogen la bandera de los  ideales traicionados. En el traumático proceso que sigue unos perderán la vida, otros irán a prisión, aquí tenemos hoy algunos de quienes pudieron sobrevivir a las visicitudes y horrores de la cárcel. Eduardo pasa a militar en el Movimiento Revolucionario del Pueblo liderado por Manuel Ray, Reynol González y otras figuras que por identidad ideológica, comparten el anhelo de rescatar el ideal de la Revolución Humanista.  Solo marchará al exilio cuando ya su situación en la isla se vuelve peligrosamente insostenible.

Eduardo recrea el proceso a través de algunos de sus personajes principales. De Fidel Castro, pone de relieve su confusa y contradictoria formación ideológica donde confluyen conceptos fascistas, nacistas y marxistas.  Una confusa mezcla que encuentra un punto de coincidencia en el control absoluto del poder político, militar y represivo y a través de él, del poder económico y social y de la vida misma de los ciudadanos en todas sus manifestaciones, sumado a una ambición y un ego que no conoce límites y que lo convierte en una versión ampliada y perfeccionada del clásico mandón latinoamericano.

Nos recuerda los que abonaron con su sangre el sueño de libertad como Frank País y José Antonio Echevarría y aquellos otros sobre cuyas muertes se sigue especulando,  aunque Eduardo expresa su firme convicción de que fueron asesinados por “órdenes superiores”, tales Camilo Cienfuegos y Félix Lutgerio Pena.  De Huber Matos y Gutiérrez Menoyo, resalta la dignidad con que soportaron el duro cautiverio y su indomable espíritu de lucha, vivo aun en el primero y que mantuvo hasta el final el segundo.

En la otra acera aparecen Ramiro Valdés el brutal y feroz represor que caracteriza al régimen en contraste del siempre relegado Juan Almeida, “el negro bueno”, a quien no se le atribuyen manías persecutorias.  

Al argentino Guevara, convertido en póstumo ícono de una revolución de la cual fue extrañado,  lo presenta en toda la desnuda realidad de su interminable historial de errores, desde la equivocada estrategia del “foquismo” que tiene como respuesta la implantación de feroces dictaduras en todo el ámbito suramericano para reprimir las guerrillas y grupos terroristas hasta la penosa aventura boliviana. Aquí culmina su errático andar en la forma menos gloriosa, cuando a diferencia de los muchos opositores a los que envió al paredón y enfrentaron la descarga homicida con heroicos gritos de Viva Cuba Libre, Viva Cristo Rey,  implora de sus captores una clemencia que nunca practicó con un pedido angustioso “Yo soy el Che Guevara. Valgo más vivo que muerto”.

El exilio es para Eduardo una prolongación de la lucha.  Pasados los primeros tiempos de adaptación y apremios de subsistencia, se radica en Venezuela y promueve creación del Centro de Formación Sindical en 1962 y dos años más tarde, de Solidaridad de Trabajadores Cubanos, que ya había tenido su origen en Cuba.

Pero también le abre nuevos horizontes a sus condiciones naturales de dirigente y su continua preocupación por el destino de la clase obrera. A insistencias del inolvidable sindicalista argentino Emilio Máspero, tan vinculado a la causa de los cubanos, Eduardo, a través de la CLAT,  la UTAL y la Confederacion Mundial del Trabajo  proyecta  su liderazgo cada vez con mayor amplitud en el  movimiento obrero continental, logrando alcanzar los niveles de prestigio y reconocimiento que ha ido cosechando a lo largo de su infatigable  cruzada.

No olvida por ello la marcha del movimiento sindical en Cuba y da seguimiento a la celebración de posteriores Congresos de una CTC totalmente desdibujada de su papel como representante de la clase trabajadora y guardiana celosa de sus derechos. Por el contrario, su dirigencia, convertida en servil instrumento del gobierno,  va avalando en forma vergonzosa la entrega y supresión de todas las conquistas logradas anteriormente.

El propósito que anima de celebrar un Congreso Unitario con la participación de los dirigentes sindicalistas independientes en Cuba, fracasa por la negativa del gobierno castrista a otorgar a estos los permisos de salida correspondientes.  El evento se lleva a cabo sin su participación en la histórica ciudad de Montecristi, en  República Dominicana, donde Solidaridad ha encontrado amplia acogida y apoyo por parte de la Confederación de Sindicatos Autónomos Clasistas, que preside su histórico dirigente Gabriel del Río y que agrupa la mayor cantidad de sindicatos del país.  El gobierno dominicano es representado por su Ministro de Trabajo, Rafael Albuquerque, bajo cuya conciliadora gestión no se ha registrado una sola huelga obrera en una década.  Mensajes de José Oswaldo Payá, Gustavo Arcos y Elizardo Sánchez Santa Cruz dan mayor sentido y presencia de cubanía al evento.

El libro de Eduardo contiene algunos aspectos a los que ha querido dar especial relevancia, sustrayéndolos del contexto general para dedicarle espacios específicos.  Un breve resumen de estos para finalizar una exposición que ya ha sido excesivamente prolongada y ha abusado de la tolerancia de los presentes.

De la JOC el autor destaca la incidencia que tuvo en el movimiento obrero y en la vida pública del país.  Asimismo de otros organismos de inspiración católica salieron figuras jóvenes de tanta valía como Angel del Cerro, Andrés Valdespino, Amalio Fiallo  y los hermanos Muller, Arnoldo y Juan Antonio, quienes sufrieron y sobrevivieron al rigor de la prisión  y se mantienen en pie de lucha.

En justicia rescata en  la activa intervención que desde los mismos inicios del sindicalismo, ha tenido el movimiento anarquista y su oposición al castrismo.

Reconoce la importante labor de los intelectuales como clase trabajadora, puesta de relieve por los empeños y tenacidad del inolvidable Mario Villar Roces y Siro del Castillo y de los que se han celebrado cinco Congresos.

Nos recuerda que en la Cuba que perdimos existía una elevada dosis de racismo, vagidos postreros del pasado esclavista.  Una situación que sin embargo aún persiste en forma más acentuada si echamos mano a estadísticas de la prestigiosa Universidad de la Florida, revelando que en una población donde negros y mulatos representan el 60 por ciento, sólo el 5 trabaja en el sector turístico, la cuarta parte en cargos estatales y apenas el 3 por ciento es universitaria.  Superar esa torcida cultura de discriminación étnica es uno de los retos que deberá enfrentar  la  Cuba del futuro.

Para la mujer, tiene también  reconocimiento especial y merecido. Son miles las que han pasado por las ergástulas castristas. Decenas de miles, madres, esposas, hijas, novias las que han sufrido el dolor del ser querido fusilado,  encarcelado u obligado a un exilio involuntario.  Incontables las que dentro, como las Damas de Blanco y fuera de Cuba, son incansables luchadoras por la libertad, dignas descendientes de Mariana Grajales.

No ha sido remiso el autor en exaltar méritos ajenos.  A todo lo largo de su libro se prodiga la mención de sus compañeros de lucha en los distintos eventos en que han compartido riesgos,  glorias y amarguras.  Al libro,  sirve de remate el perfil individual que nos ofrece de muchos de ellos y otros  que en algún momento han estado asociados a su incansable batallar.

Particular mención para un evento de gran repercusión histórica y humana, en que figuró como activo protagonista,  como lo fue el Diálogo.  Satanizado en sus comienzos por los grupos más  recalcitrantes del exilio, Eduardo y quienes compartieron valerosamente ese esfuerzo haciendo caso omiso de todo género de críticas tan ofensivas como injustas,  lograron no solo la libertad tres mil 600 presos, muchos condenados a largas penas, sino también la acogida en distintos países, en particular Venezuela, de la mayor parte de ellos y sus familiares.

El papel estelar de la Iglesia es también  puesto de relieve en la obra. El autor recuerda la ya distante Pastoral “El Amor todo lo Puede”, la crítica más razonada y contundente en contra del régimen desde dentro de Cuba en 1993, un período en que todavía la Iglesia era objeto de fuerte hostilidad y limitaciones por parte del gobierno; la histórica visita de Juan Pablo II reclamando que “Cuba se abriera al mundo y el mundo a Cuba” y exaltando los valores de la libertad; la posterior del renunciante Benedicto XVI y ahora el mas reciente y contundente mensaje eclesial “La Esperanza no defrauda” reclamando al gobierno cambios significativos y poniendo énfasis en el reconocimiento de los derechos humanos y el de los cubanos a decidir su destino.  Ya antes la gestión mediadora junto con el gobierno español que logró la liberación de los 75 condenados injustamente a más de mil 400 años de prisión, incluyendo varios líderes sindicales independientes, entre estos nuestro compañero Pedro Pablo Alvarez, presente en esta actividad, había otorgado a la Iglesia a nuestro juicio y creo que al de Eduardo también, un papel estelar y posiblemente de definitiva importancia en el inevitable camino hacia la democratización de Cuba.

El libro de Eduardo es un canto a la esperanza, un llamado a la continuidad de la lucha. Una lucha que no es solo por Cuba. Hoy  precisamente se celebra un aniversario del derrocamiento del dictador Marcos Pérez Jiménez en Venezuela.  En ese hermano país, refugio de tantos cubanos y sede principal de Solidaridad en el exilio, que fue ejemplo de democracia,  se ha registrado un proceso de grave involución política con un gobierno que sigue los dictados y los pasos del régimen cubano y que ha ido cercenando cada vez más los derechos fundamentales de su pueblo.  La vela encendida que plantea Eduardo a despecho del tiempo, esfuerzos y sinsabores  vale por ambos.  De hecho por todos los pueblos de mundo que sufren opresión.

Por la Cuba de Martí, “con todos y para el bien de todos”; por la Venezuela del Libertador Bolívar, símbolo de lucha contra toda dictadura; por la clase trabajadora y por los ideales de libertad, democracia y justicia social para todos los pueblos del mundo, siempre con la firme esperanza de la victoria porque como reza el título del libro de Eduardo “No hay sacrificio en vano”.

Gracias una vez más a todos por su generosa atención.

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