Cuando no hay nada que ofrecer a la elite política cubana, de lo que ella busca para “actualizarse” y para hacer funcionar su maltrecho modelo
Comentar lo que dice un amigo entraña siempre el
peligro de rozar la aquiescencia o de herir susceptibilidades. Y eso me
sucede con Carlos Saladrigas y sus declaraciones recientes a EFE acerca
de su viaje a Cuba y el lugar que, desde su punto de vista, deben tener
los cubanos de la diáspora —unos exiliados, otros emigrados, casi todos
desterrados— en lo que percibe como una situación en movimiento.
Según
Saladrigas (siempre de acuerdo con EFE) los cubanos emigrados deben
“subirse” al tren del cambio, pues el país está cambiando y “si uno
espera influir o ser parte de una solución, hay que ser parte de los
procesos”. Y hacerlo, dice, mirando hacia adelante, pues “el pasado
enloda y soñar une”.
Yo estoy de acuerdo con él
casi un 100%. Creo que su propuesta es moralmente encomiable,
políticamente conveniente y diría que impecable desde el punto de vista
lógico formal. Solo que, como en otras cosas que he discutido aquí
antes, tengo dudas razonables que me gustaría compartir con los lectores
y con el propio Carlos. Y sobre todo una gran duda. ¿de qué manera me
puedo montar en el tren de los cambios sin tener que pedir la absolución
a los maquinistas?
Me explico.
El
Gobierno cubano ha producido una masiva expropiación de derechos en
detrimento no solo de los cubanos que están en la Isla, sino también de
los emigrados. Las expropiaciones de unos son las contrapartes perfectas
de las expropiaciones de los otros, y todas ellas engranajes
principales del sistema de dominación política en la Isla. Por tanto,
cuando hablamos de los derechos de los migrantes, no hablamos de algo
secundario, sino central, diría que estratégico. Y eso lo sabe, mejor
que nadie, el Gobierno cubano.
El Gobierno
cubano no prevé rol alguno a la inmensa mayoría de los migrantes en el
futuro nacional que no sea seguir proveyendo dinero. Sea enviando
remesas a los familiares o pagando los abultados servicios consulares.
Los considera una mayoría silenciosa que ama la bandera, baila salsa,
adora a los próceres y paga puntualmente. Buenos emigrados siempre que
no protesten. Pero incluso cuando algunos de estos emigrados protestan, u
opinan críticamente y no pueden ser incluidos en la franja de la “mafia
de Miami”, el Gobierno opta por no tomarlos en cuenta, como si no
existieran.
Y es así porque en este asunto de
la política en la emigración el Gobierno cubano hace lo mismo que en el
interior de la Isla. Lo único que sabe hacer: operar con grupos
polarizados portadores de discursos extremistas. Y por consiguiente solo
reconoce dos franjas políticas, como decía, muy polarizadas, como
polarizada es su mezquina visión del mundo:
La
primera está formada por una minoría de cubanos que tienen status
migratorios privilegiados y cuyas preferencias políticas le acercan al
Gobierno cubano. Le acercan tanto que siempre contemplo a estas personas
con lástima, imaginando cuánto deben sufrir en sus radicaciones fuera
del sistema político que consideran virtuoso ad infinitum, y sometidos
al orden capitalista que tanto desprecian. Constituyen, desde la
ideología oficial, el sector “patriótico” de la emigración y por ende
son los participantes de los encuentros de la “nación con la
emigración”, en verdad cónclaves de una parte de la emigración y de un
gobierno de muy dudosa legitimidad. Y también son, o al menos una parte
de ellos, los integrantes de las pandillas facinerosas organizadas por
las embajadas cubanas para reprimir o sabotear reuniones públicas
opositoras al Gobierno cubano en el extranjero.
La
contraparte de este segmento está compuesta por aquellas personas que
mantienen posiciones duras de oposición al Gobierno cubano, bien sea
porque reclaman la violencia para su derrocamiento, porque se oponen a
todo tipo de contacto o negociación, o porque apoyan las acciones
punitivas norteamericanas como es el caso del bloqueo/embargo. Sus
manifestaciones en las calles de Miami —en particular si son violentas—
son presentadas como las manifestaciones políticas típicas de los
emigrados oposicionistas. Sus líderes y voceros son las bestias pardas
que el Gobierno cubano selecciona para mostrar a la población insular
cuál es el tipo de futuro que le espera si la actual clase política
desapareciera y su suerte quedara a merced del exilio.
El
Gobierno cubano manipula estas franjas produciendo altas y bajas a
conveniencia. Durante mucho tiempo importantes figuras académicas del
exilio fueron consideradas como
enemigos-de-clase-al-servicio-del-imperialismo. En algunos casos eran
presentados como agentes de la CIA y cuando se organizaban las
multitudinarias delegaciones a LASA, los participantes eran instruidos
de cuidarse de los contactos con ellos y de notificar cualquier felonía.
Hoy algunos de ellos, en virtud de los rumbos de la “actualización”
raulista, de las alianzas políticas que el Gobierno ha tenido que hacer
con la Iglesia Católica, o de las posiciones económicas e
institucionales que ostentan, ha sido beneficiados con algún acceso al
país. Lo cual celebro y les felicito. Efectivamente, pueden montarse en
el “tren del cambio”. Visto desde un ángulo positivo, es mejor que nada.
Pero
si tenemos en cuenta el carácter selectivo de esta muy modesta
apertura, hay que preguntarse a quiénes está dirigida la exhortación de
Saladrigas a “ser parte de los procesos”.
Mi
dilema —posiblemente el de muchos cubanos emigrados— es evidente: yo no
tengo dinero para invertir, ni tengo una posición institucional
relevante en Estados Unidos, ni mis apreciaciones de la política cubana
me permiten (moral e intelectualmente) un acercamiento menos crítico al
sistema cubano y a su actualización por el general/Presidente. Tampoco
soy católico, por lo que con razón no soy invitado a las semanas del
mismo signo, ni me apresto a saludar al Papa, al que creo que no
saludaría ni aunque fuera católico.
Yo no puedo
ofrecer a la elite política cubana nada de lo que ella busca para
“actualizarse” y para hacer funcionar su maltrecho modelo. Y para colmo,
aunque considero que hay que negociar con ella, al mismo tiempo creo
que ella es una parte muy relevante del problema. Y si es así, ¿como yo
pudiera lograr ser parte del proceso?
Obviamente,
Carlos me diría, con toda razón, que él no tiene respuesta para este
dilema, y que en realidad cuando el hablaba de participar se refería a
otro tipo de personas. Probablemente a su propio sector de los negocios,
a cuyos integrantes el Gobierno cubano estaría dispuesto a condonar el
ostracismo en aras de inversiones que necesita urgentemente, y de apoyo
político para terminar de una vez y por todas con el bloqueo/embargo
—esa estupidez de medio siglo— y acceder al mercado americano.
Y
si ese paso se da, yo lo voy a aplaudir, porque todo lo que sea abrir
una ventana en el enrarecido ambiente cubano, es positivo. Pero sin
perder de vista que aquí en la media Isla en que vivo, sin capitales,
izquierdoso, agnóstico y freelancer, tendré que esperar algo
más para satisfacer la reflexión de mi amigo Carlos Saladrigas: “Los
cubanos de fuera —dijo— somos parte de este país (...) Tenemos el
derecho y el deber de jugar un papel y contribuir al futuro”.
Y Ud, estimado lector, ¿como se imagina montando en el tren?
No hay comentarios:
Publicar un comentario