En memoria de Antonio Jorge
Carlos Alberto Montaner
Intituto de Estudios Cubanos y Cubanoamericanos
Taiwan Foundation for Democracy
University of Miami, Coral Gables
11 de febrero de 2012
Es un
honor compartir esta mesa con un grupo de distinguidos taiwaneses y con
prestigiosos académicos cubanos que son, además, buenos amigos. El tema que se
me ha propuesto es fascinante: si el
modelo taiwanés de desarrollo puede ser útil para los cubanos.
Comencemos
por hacer un par de salvedades:
Primero,
hay que tener cuidado cuando se habla de modelos de desarrollo. Tenemos la
tendencia a creer que hay algo así como una fórmula matemática que, si la
aplicamos, obtenemos siempre los mismos resultados. Ojalá eso fuera cierto. De
serlo, resultaría relativamente sencillo convertir a Haití en Holanda.
Segundo,
es conveniente aclarar que en las economías de mercado, caracterizadas por la
libre toma de decisiones de millones de personas, el rasgo principal es el
cambio constante, lo que hace casi imposible aplicar un modelo rígido.
En
realidad, más que “modelos” lo que existen son medidas de gobierno que, en
determinadas culturas y en determinadas circunstancias, tienen éxito o
fracasan. Esas medidas, utilizadas por otros pueblos, pueden o no lograr
resultados parecidos.
Por
otra parte, las diferencias evidentes entre Taiwán y Cuba no deben
desalentarnos. Al fin y al cabo, se trata de dos islas relativamente pequeñas,
situadas en encrucijadas geográficas intrincadas y peligrosas, con historias violentas,
que en las últimas décadas se han movido en direcciones opuestas.
Los
cubanos, en efecto, pueden aprender ciertas lecciones de la experiencia
taiwanesas.
Los
taiwaneses, pacíficamente, han ido conquistando parcelas mayores de prosperidad
y libertades civiles hasta convertirse en uno de los mayores éxitos del
planeta, aún cuando han vivido permanentemente amenazados y bloqueados por una
gran potencia nuclear, China continental, que los obliga a gastar grandes
cantidades de dinero en defenderse.
Los
cubanos, por la otra punta, casi en ese mismo periodo --dado que la historia
contemporánea de Taiwán comienza en 1949--, se han empobrecido progresivamente bajo
la dirección de un gobierno totalitario incapaz de cambiar de rumbo que intenta
esconder el fracaso del régimen tras la coartada del embargo norteamericano y
unos supuestos riesgos de agresión militar que no existen desde hace medio
siglo, cuando, en 1962, Kennedy y Kruschev le pusieron fin a la Crisis de los
Misiles.
¿Qué
tienen, pues, que aprender los cubanos de esos otros isleños situados en las
antípodas del planeta?
Creo
que hay siete lecciones generales que pueden sernos muy útiles a los cubanos a
la hora de tratar de avizorar nuestro futuro.
Primera lección. No hay destinos inmutables. En cuatro
décadas, Taiwán logró superar la tradicional pobreza y despotismo que sufría el
país desde hacía siglos hasta convertirse en una nación del primer mundo con un
purchasing power parity o PPP per
cápita de $37,900 dólares anuales. Este milagro económico se llevó a cabo en
sólo dos generaciones. Millones de taiwaneses que eran jóvenes muy pobres en
1949, medio siglo más tarde murieron disfrutando el tipo de vida de las clases
medias. La pobreza o la prosperidad son electivas en nuestra época.
Segunda. La teoría de la dependencia es totalmente
falsa. Las naciones ricas del planeta –el llamado centro— no les han asignado a los países de la periferia económica
el papel de suministradores o abastecedores de materias primas para perpetuar
la relación de vasallaje. Ningún país (salvo China continental) ha intentado
perjudicar a Taiwán. Esas visión paranoica de las relaciones internacionales no
se compadece con la verdad. No vivimos en un mundo de países verdugos y países
víctimas.
Tercera. El desarrollo puede y debe ser para
beneficio de todos, no de unos pocos. Pero el reparto equitativo de la riqueza
no se decreta redistribuyendo lo creado, sino se logra agregándole valor
paulatinamente a la producción. Los taiwaneses no sólo pasaron de tener una
economía agrícola a una industrial, sino lo hicieron mediante la incorporación
de avances tecnológicos aplicados a la industria. El obrero de una fábrica de
chips gana mucho más que un campesino dedicado a cosechar azúcar porque lo que
él produce tiene un valor mucho mayor en el mercado. Esto explica que el Indice
Gini de Taiwán sea 32.6, mucho mejor que toda América Latina. Sólo el 1.16% de
los habitantes de ese país cae por debajo del umbral de la pobreza extrema.
Cuarta. La riqueza en Taiwán es fundamentalmente creada
por la empresa privada. El Estado, que fue muy fuerte e intervencionista en el
pasado, se ha ido retirando de la actividad productiva. El Estado no puede
producir eficientemente porque no está orientado a satisfacer la demanda y con
ello a generar beneficios, sino se suele dedicar a retribuir favores a los
gerentes, que son sus propios cuadros, y a fomentar la clientela política.
Quinto. En el muy citado comienzo de Ana Karenina, Tolstoy asegura que todas
las familias felices se parecen unas a otras y las desdichadas lo son de formas
distintas. La observación se puede aplicar a los cuatro dragones o tigres
asiáticos: Taiwán, Singapur, Corea del Sur y Hong-Kong. Aunque lo cuatro han
tomado caminos parcialmente distintos hacia el grupo de la familia feliz del
planeta, se parecen en estos cinco rasgos:
·
Han creado sistemas económicos abiertos basados en el mercado y en la
existencia de la propiedad privada.
·
Los gobiernos mantienen la estabilidad cuidando las variables
macroeconómicas básicas: inflación, gasto público, equilibrio fiscal y, en
consecuencia, el valor de la moneda. Con ello, potencian el ahorro, la
inversión y el crecimiento.
·
Han mejorado gradualmente el Estado de Derecho. Los inversionistas y
los agentes económicos cuentan con reglas claras y tribunales confiables que
les permiten hacer inversiones a largo plazo y desarrollar proyectos complejos.
·
Se han abierto a la colaboración internacional, jugando fuertemente la
carta de la globalización, apostando por la producción y exportación de bienes
y servicios en los que son competitivos, en lugar del nacionalismo económico
que postula la sustitución de importaciones.
·
Han puesto el acento en la educación, en la incorporación de la mujer
al sector laboral y en la planificación familiar voluntaria.
Sexto. El caso de Taiwán demuestra que un país
gobernado por un partido único de mano fuerte, como era el caso del Kuomintang, puede evolucionar
pacíficamente hacia la democracia y el multipartidismo sin que la pérdida del
poder les traiga persecuciones o desgracias a quienes hasta ese momento lo
detentaron. La esencia de la democracia es ésa: la alternabilidad y la
existencia de vigorosos partidos de oposición que auditan, revisan y critican
la labor del gobierno.
Séptimo. En esencia, el caso taiwanés les prueba a los
cubanos el superior valor de la libertad como atmósfera en que se desarrolla la
convivencia. La libertad consiste en poder tomar decisiones individuales en
todos los ámbitos de la vida: el destino personal, la economía, la existencia
cívica, la familia. No hay contradicción alguna entre la libertad y el
desarrollo. Mientras más libre es una sociedad más prosperidad será capaz de
alcanzar, siempre que la inmensa mayoría de las personas se sometan voluntaria
y responsablemente al imperio de la ley.
Los
taiwaneses, de manera creciente, han ido adquiriendo el control de sus vidas
mediante el ejercicio de la libertad y eso ha repercutido muy favorablemente en
la calidad de la convivencia nacional.
En
definitiva, ésa es la gran lección taiwanesa para los cubanos. La libertad es
posible. La libertad es conveniente. La libertad no es un lujo. Algo que acaso
intuyeron los mambises en el siglo XIX cuando adoptaron como grito de batalla
un bello deseo: ¡Viva Cuba Libre!
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