Por: Eliécer Ávila
Puerto Padre
| 21-02-2012
El Partido Comunista no solo es
responsable de la situación de los cubanos, sino también el principal obstáculo
para el desarrollo nacional.
La corrupción, la burocracia, el discurso
vacío y la mentira constante son los pilares que sustentan el sistema imperante
en Cuba; por tanto, sería iluso pensar en eliminar esos males manteniendo el
sistema: la única manera de salir de la crisis es eliminando esta especie de
socialismo-comunista como única y obligada forma de pensamiento en Cuba.
Llegados a este punto, miles de
cubanos que no piensan del mismo modo que el gobierno podrían proponer nuevas
formas de hacer —formas que no tendrían que ser las de “antes del 59”—, que
estarían mucho más a tono con lo que la mayoría de la gente piensa y desea.
Pero no. El gobierno ha dejado claro que no va a hacer lo que la gente quiere,
sino lo que al mando le parezca mejor en aras de garantizar su permanencia en
el poder.
Cuando se analiza con
detenimiento cada rama de la actividad económica y social cubana, se ve, en
primer lugar, que todo, absolutamente todo, anda mal. En segundo lugar, que
cada actividad es “orientada, guiada y controlada” por el PCC.
Todos los cuadros que dirigen el
país son miembros del Partido. Son quienes se equivocan a diario y ocasionan
graves problemas a la población, pero también quienes, mientras asuman una
posición obediente y sumisa frente el Partido, tendrán la posibilidad de
dirigir eternamente, en cualquier ramo, sin que importe su dominio de ninguna
materia, y sí el hecho de estar “comprometidos con la revolución”.
Y es que esto de la ideología es
lo más engañoso e innecesario que se ha inventado a la hora de gobernar.
Resulta evidente: no hace falta aferrarse a una ideología comunista ni a nada
que se le parezca para ser un ciudadano ejemplar.
Si se desea ser un buen
ciudadano, un excelente dirigente o, incluso, presidir un país, basta con
actuar consecuentemente con los valores humanos, poseer una correcta educación,
una inteligencia adecuada y, sobre todo, una voluntad sincera para actuar por
el bien del pueblo. Dentro de estos sencillos parámetros entra absolutamente
todo lo bueno y lo noble.
En los “debates” que pude ver
sobre la recién finalizada conferencia del Partido, un alto dirigente expresaba
sentirse “profundamente preocupado” por el hecho de que miles de jóvenes
cubanos con excelentes condiciones humanas y profesionales no quisieran
ingresar en la Juventud Comunista. Como si tal ingreso fuera atributo
obligatorio para ser un ciudadano íntegro; ser “comunista”.
La cuestión está en que todo este
tiempo es precisamente eso lo que se les ha hecho creer a los jóvenes de este
país. Casi ninguno, de hecho, tiene claro siquiera de qué se trata ese asunto del
comunismo; pero como se dice y se repite que los comunistas son los buenos de
la película, pues es ahí donde se ha de estar (se piensa, entre otras cosas,
que para no quedar ubicado en el bando de los malos). Si no se es comunista o
revolucionario a la manera de ellos, a ellos no les va a importar cuán bueno
seas en todo lo demás: serás de los malos y no podrás aspirar a ser parte de
nada importante.
Asimismo, si se es vago,
irresponsable, deshonesto, y a su vez se dice ser comunista y revolucionario, uno
quedará en el bando de los buenos, de los que pueden llegar a ser flamantes
cuadros dirigentes. Cada pecado será perdonados las veces que sea necesario.
Corrupción, reconstrucción
No se puede hablar de eliminar la
corrupción en un sistema cuyo único incentivo para trabajar es precisamente
ese, la corrupción. Un cocinero escolar, un gerente de hotel, un administrador
de empresa y hasta un cuadro del Partido, todos esperan obtener beneficios
adicionales a costa de la actividad que realizan, pues el sistema no deja otra
opción.
Si se quiere comprobar hasta qué
punto la corrupción sustenta el modelo social cubano, un buen experimento sería
eliminar, aunque sea imaginariamente por un solo día y en un solo municipio del
país, el fenómeno de la corrupción. Entonces todo colapsaría.
Si mañana no hubiera corrupción
en mi pueblo, Puerto Padre, varios pacientes morirían por falta de atención
médica en el hospital. Los médicos y las enfermeras no podrían viajar desde sus
casas a las instalaciones de salud al no poder circular camiones de transporte
dada la falta de petróleo que ciertos dirigentes sustraen de las instituciones
estatales. Miles de personas se quedarían sin comer, consumida la cuota
racionada de la bodega y sin dinero para comprar nada más al no poder robar en
sus centros de trabajo. Pero no solo no tendrían comida. Al no poder revender
el aceite y la harina destinados al pan, muchos tampoco podrían vestirse, ni
construir sus viviendas, ni apoyar a la “revolución”.
Si en lugar de un día
estuviéramos un mes sin corrupción, los dirigentes (sobre todo los políticos,
que dependen de los administrativos) adelgazarían, no tendrían fuerzas ni humor
para agitar banderitas y empezarían a renunciar, no solo a sus cargos, sino
también a sus “inquebrantables convicciones”.
Por otra parte, es verdad que
incluso muchos de los que viven de la corrupción institucionalizada preferirían
vivir de otra manera, obtener beneficios en correspondencia con su trabajo y
rango social e intelectual, y así no deberle nada a nadie ni vivir con el susto
en el cuerpo. Pero en este sistema eso no es posible. Quienes son conscientes
de que a la larga esta realidad trae consigo que jamás podamos tener un buen
país, no tendrían problemas en darle la última patada en el trasero a este sistema
si supieran que de verdad se va a acabar. Mientras no sea así, prefieren seguir
agitando banderitas, manteniendo a sus familias y hasta con suerte, viajando al
extranjero para traer algo de bienestar en las maletas.
Muchos miembros de las
instituciones e incluso algunos dirigentes son gente buena y trabajadora que se
montó en la ola del sistema en algún momento de sus vidas. Así me pasó a mí y a
tantos más que han permanecido a cuestas con un compromiso del que no es
sencillo desprenderse.
He conocido excelentes
científicos y apasionados profesores que pertenecen al Partido. La vocación de
estos hombres no tiene que ver con la política. Pero si no fueran del Partido,
no podrían participar de proyectos importantes ni abrirse camino en sus
terrenos. Por tanto —según su enfoque—, les conviene llevar el brazalete rojo
como llave de acceso a puertas que no se abren sino a gente de confianza.
Recientemente, Raúl Castro
afirmó: “Las modificaciones que hoy realiza el país para la actualización del
modelo económico están encaminadas a preservar el socialismo, fortalecerlo y
hacerlo verdaderamente irrevocable”.
Dichas palabras significan hacer
irrevocable la corrupción, la burocracia, el discurso vacío y la mentira
constante. Mientras más tardemos como pueblo en darnos cuenta de eso, más
difícil será cambiar las cosas. Más difícil será reconstruirnos todos.
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