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viernes, 23 de noviembre de 2012

UNA FIERA CON CARA DE PERRO





Por René Gómez Manzano
Abogado y periodista independiente

Puesto a escoger entre los fundamentalistas que dan una interpretación literal a la Biblia
—de una parte— y los teólogos —entre ellos los católicos— que reconocen que los
autores de sus diferentes libros, aun inspirados por Dios, incorporaron a sus textos
símbolos, imágenes poéticas y mensajes numerológicos que no corresponde tomar al pie
de la letra —de la otra—, opto por la segunda variante.

En ese contexto, el relato sacro sobre el llamado “diluvio universal” y “el arca de Noé”,
por ejemplo, constituye tan sólo una imaginativa alegoría para expresar que el amor que
Dios siente por el hombre, pese a las infidelidades y traiciones de éste, es tan grande,
que siempre está dispuesto a perdonarlo y comenzar todo de nuevo, incluso empleando
formas que resultan sorprendentes para el ser humano común.

Estas breves consideraciones esotéricas están motivadas por la noticia, que publicó el
Granma del pasado sábado con la firma de mi colega y tocayo René Castaño, sobre el
arribo a Cuba de la primera parte de un donativo hecho por la República de Namibia, el
cual consiste en 131 animales silvestres pertenecientes a 20 especies diferentes.

Es el caso que la “operación” ha sido bautizada como “Arca de Noé II”. Es de presumir
que esa denominación haya sido impuesta por los africanos: Los nombres de origen
religioso como ése no son los predilectos de los “ateístas científicos” del marxismo-
leninismo criollo. Castro y sus seguidores suelen preferir términos más pedestres,
como “Bastión” o “Pitirre en el alambre”.

No pongo en duda las buenas intenciones de los namibios, pero su generoso regalo —
valorado en más de 17 millones de dólares— coloca a las autoridades cubanas en el
difícil trance de subvenir a las necesidades nutricionales de hienas, chacales, guepardos,
zorros y leones, animales que poseen hábitos alimentarios ofensivos para los castristas,
ya que, como todo el mundo sabe, tienen la fea costumbre de comer carne.

En ese sentido, pese a los nobles propósitos que podemos atribuirles a los amigos
africanos, su donativo recuerda a los elefantes blancos que los reyes de Siam
obsequiaban en ocasiones a determinados súbditos. Se dice que ese don tiene una
connotación peyorativa porque el agraciado no podía deshacerse del regalo regio, pero
el sostenimiento del voraz paquidermo podía llevarlo a la ruina.

Siento piedad por los animales enviados a Cuba. En lugar de sitios más acogedores
como pudieran serlo Nueva York, Montevideo o Dakar, les tocó en suerte venir a
terminar sus días en la hambreada Habana, donde el papel que les corresponderá
desempeñar en la cadena alimentaria se hace más que incierto. Sólo Dios sabe qué clase
de alimañas, piltrafas o pellejos tendrán que deglutir para no perecer de inanición.

Sus guardianes, cuyas familias ven muy poca carne (si es que alguna), se sentirán
tentados de disputarles el alimento. Tal vez esos custodios imiten a sus compatriotas
de aquel zoológico oriental que, armados con tubos y garfios, y demostrando el valor a
toda prueba que tiene un cubano motivado, se dedicaban a despojar a los leones de los

No obstante, barrunto que los mayores problemas estarán vinculados no al papel de los
animales como sujetos activos del proceso de alimentación, sino como posibles objetos
de éste. Entre las bestias obsequiadas —según el gacetillero oficialista— los namibios
émulos del monarca tailandés tuvieron la idea poco feliz de incluir búfalos, impalas y
antílopes.

¡Sabrá Dios cuántos cubanos desesperados estén dispuestos a atentar contra la
superación cultural de las nuevas generaciones, con tal de que ellos y sus seres queridos
puedan sentir entre sus dientes las dañinas fibras rojas; aunque se trate de una especie
exótica, y no de las reses que estábamos enviciados en consumir antes de que llegara el
Comandante y mandase a parar!

Es cierto que los animales están destinados al Zoológico Nacional, donde permanecen
en grandes espacios abiertos, pero yo no me atrevería a asegurar que no aparecerá
ningún compatriota enloquecido que esté dispuesto a organizar un safari urbano
nocturno y arrostrar la ferocidad de guepardos y hienas, y de las mismas presas, con tal
de hacerse con unos buenos perniles de búfalo. Ya se sabe que, como reza el refrán, el
hambre es fea y tiene cara de perro.

La Habana, 19 de noviembre de 2012

(Publicado en Cubanet)


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